Esperando con Reverencia

No es fácil acostumbrarnos a la idea de que llegará un momento, ya estemos muertos o vivos, cuando la verdadera realidad de las cosas en que creemos se hará clara. Para los que de nosotros estemos vivos, el patrón familiar del diario vivir, en el rincón del mundo que es nuestra casa, súbitamente se desvanecerá. Pablo señaló este evento en términos dramáticos cuando escribió: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en la nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:16-17).

Un evento sorprendente
Este será un suceso grandioso, mucho mayor que cualquier otro en la historia del mundo hasta nuestros días, pues conducirá a la manifestación de los hijos de Dios, el momento que toda la creación espera. Si no nos preparamos para este suceso ahora, no dispondremos de tiempo entonces, porque seremos arrebatados por la fuerza.

Sucederá durante el día o la noche, dependiendo de la parte del mundo en que vivamos. Estaremos en el trabajo o en el recreo; posiblemente nos encontremos en una situación o lugar en el cual habríamos preferido no ser descubiertos. Pero en un segundo, con ninguna oportunidad para protestar o discutir, ya seamos entusiastas o tibios, seamos trabajadores activos en el servicio de Cristo o hayamos abandonado la Verdad, nos encontraremos en manos de un poder que va más allá de nuestro conocimiento mortal.

Nuestra mente estará obviamente en un remolino de ideas. ¿Estaremos, como la mujer de Lot, preocupados o ansiosos por las cosas que dejamos atrás? ¿Estaremos angustiados por el bienestar de nuestros hijos, especialmente si son muy jóvenes? Si no están con nosotros, estarán al cuidado del Padre, pues ellos son su “herencia” (Salmos 127:3). De cualquier manera que pensemos, por encima de todo estaremos conscientes de la prevención de Pablo: “Porque es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (1 Corintios 5:10).

Debemos estar conscientes de que “si descuidamos una salvación tan grande” (Hebreos 2:3) tendremos temor del juicio, pues “¡horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Hebreos 10:31). Pero si nos esforzamos con fidelidad hasta donde nuestra capacidad nos permita, tendremos la certeza de un juicio misericordioso porque Jesús es excelso en los atributos divinos de compasión, gracia, misericordia y verdad.

El aspecto más admirable de este juicio es que cada uno de nosotros estará solo frente a su propio veredicto. ¡Cuánto deseará un esposo defender las debilidades de su esposa, o una esposa los defectos de su esposo! ¡Cuánto deseará cada uno borrar delante de los ojos de Dios las culpas de sus hijos! A todo esto debe darse atención ahora, pues entonces ya no será posible. El juicio será un momento solitario de examen de conciencia, y puede que muchos de nosotros deseemos hacer retroceder el tiempo.

Mientras tenemos vida y tiempo podemos rededicar nuestras vidas al servicio de Cristo: podemos ayudarnos unos a otros rectificando aquellos aspectos de carácter que en nosotros son negativos y desagradables. La alternativa del descuido plantea la espantosa perspectiva del rechazo, el cual si lo meditamos, nos parecerá casi increíble. ¿Hay alguno de nosotros que pueda enfrentar con serenidad la posibilidad de que Jesús nos diga: “No os conozco”? (Mateo 25:12). Esto significaría el retorno a la vida mortal, con sufrimiento hasta su fin. La mera posibilidad del rechazo debe animarnos a estar más atentos a la voluntad del Padre y más amorosos los unos con los otros.

Los hijos de Dios
Si la reunión de los santos vivos y muertos será un grandioso acontecimiento, ¿qué de la gloria de unirse a Jesús en poder y juicio? El arrebatamiento de los santos no será visto por el mundo, el cual, sin embargo, pronto descubrirá su pérdida; pero la manifestación de los hijos de Dios será vista por todas las naciones, especialmente aquellas congregadas para la batalla sobre los montes de Israel (Ezequiel 39:4). Es aquí donde tendrá lugar el temblor en la tierra de Israel (Ezequiel 38:19) y el terrible juicio será infligido a las naciones porque “vendrá Jehová mi Dios, y con él todos sus santos” (Zacarías 14:5).

Ezequiel 38 y 39 y Zacarías 14 muestran la espantosa consternación y la merecida destrucción de los poderes guerreros en la tierra escogida de Dios. Es solamente cuando El, por medio de su Hijo escogido y de sus santos, haya ejecutado sus juicios que “de aquel día en adelante sabrá la casa de Israel que yo soy Jehová su Dios” (Ezequiel 39:22).

Hay poca duda de que la primera tarea de Jesús será la de reunir todas las tribus de la tierra (Mateo 24:30), es decir las doce tribus dispersas por toda la tierra, para que los apóstoles sean asignados a sus prometidos tronos (Mateo 19:28) y ¿quienes podrían estar mejor capacitados para esta tarea que los santos que administrarán todos los decretos reales?

Luego se proseguirá con el trabajo de reconstrucción en Palestina, para que el trono de Jesús sea establecido y la ley salga de Sion “y de Jerusalén la palabra de Jehová” (Isaías 2:3). Pero el orgullo nacional no se doblega fácilmente y es más que probable que una confederación de naciones disputará el derecho de Jesús a ejercer poder en el Medio Oriente. De nuevo, con Jesús, será la tarea de los santos reprender a muchos pueblos hasta que llegue el tiempo bendito en que las naciones “volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzara espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:4). No será el placer de Dios, ni el gozo de Jesús y de sus santos el tener que ejecutar tan inevitables juicios, pero habrá una exultación de gloria cuando vean la tierra en descanso y paz.

La siguiente etapa será la más sorprendente de todas; la eliminación de la pobreza, la ejecución de un gran proyecto de edificación, la distribución equitativa de alimento y vestido a lo largo y ancho del mundo, la introducción de un solo lenguaje y el establecimiento de comunicaciones y transporte a través de la tierra para que los hombres y mujeres de todas las naciones puedan ir a Jerusalén “de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos” (Zacarías 14:16) en la “casa de oración para todos los pueblos” (Isaías 56:7), y puedan predicar el evangelio eterno “a los moradores de la tierra” (Apocalipsis 14:6).

El propósito del reino
Este último es el propósito principal del gobierno del reino, pues la obra de Jesús y de sus santos será enseñar a hombres y mujeres el conocimiento de Dios, animándolos a servirle, tanto como a sus semejantes, para que estén preparados para la gloria del “todo en todos” en número vasto nunca antes visto. Así los santos del Altísimo (Daniel 7:18) estarán presentes en cada ciudad, pueblo o villa; y como el pueblo a quien enseñarán será mortal, los santos necesitarán de toda la paciencia, entendimiento, compasión y misericordia que el Padre ha ejercido a través de toda la historia. Esta será la clase perfecta de servicio que se habrá originado en la vida mortal imperfecta. Sin estas cualidades ningún santo está preparado para las tareas del reino.

De Jesús se dijo que “por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2). El gozo de Jesús comenzó cuando entró a la unidad eterna con su Padre. Será multiplicada en la gloria de los santos y se completará en las vastas huestes inmortales que serán el fruto de la labor de los santos en el reino. Todos serán reunidos con el Padre, y todos, incluyendo al hijo, estarán sujetos a él solo (1 Corintios 15:28).

Todo lo que tengamos que soportar en la actualidad es poco comparado con la gloria de ayudar a Jesús a realizar los propósitos divinos en esta vida y en la venidera, y es por la riqueza de nuestro carácter, la inconquistable fortaleza de nuestra dinámica fe como podemos irradiar la luz que Jesús dijo que persuadiría a algunos a glorificar a Dios. Tal carácter y luz puede brillar aun en aquellos que están confinados a sus lechos.

Entonces, la nueva vida es la escuela en la que aprendemos a desarrollar un carácter espiritual balanceado, uno que no tiene características extremas; uno en el que no puede haber exuberancia excesiva en una dirección y mal juicio en otra, pues es una imitación del carácter más bellamente balanceado en toda la historia: el Señor Jesús. De la misma manera que el apóstol Pablo debemos creer en nuestros corazones que para nosotros “el vivir es Cristo,” porque él es nuestra esperanza de gloria.

Esto establece una muy alta norma de desarrollo espiritual, pero la visión de entrar en la inefable gloria de perfecta unidad con el Padre estimulará en nosotros tal fortaleza de convicción en nuestros propósitos espirituales, tal amor en el servicio a la familia de la fe, tal humildad de pensamiento en nuestra relación unos con otros y con todos los hombres, y tal reverencia para la majestad del Padre y sus propósitos para que él en su misericordia pueda considerarnos personas apropiadas para su gloria.

Las bodas del Cordero
Mientras tanto debemos orar, debemos esperar con paciencia la venida del Señor, y debemos continuar trabajando porque “la noche viene, cuando nadie puede trabajar” (Juan 9:4). Por consiguiente, esperemos el tiempo cuando las multitudes celestiales exclamarán: “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos… Bienaventurados los que son llamados a la cena de bodas del Cordero” (Apocalipsis 19:7-9).

John Marshall

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Publicado por la Misión Bíblica Cristadelfiana

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