El Trabajo

El trabajo es un don de Dios y desempeña un papel importante en la formación del carácter humano.

Así que todos deben trabajar: con mente o manos,
Para sí o para otros, para bien o para mal;
A la vida se ha ordenado producir, como la tierra
, Algún fruto, aunque no se haya cultivado.

Aun en su inocencia el hombre trabajaba: ten ía dominio sobre los seres de la tierra y el mar; cultivaba y arreglaba el jardín de Edén, y puso nombres a las bestias del campo y las aves del cielo. Su trabajo estaba lleno de delicia, y cada día le traía el placer de lo realizado. Pero todo fue corrompido por el pecado, y de allí en adelante espinos y cardos vendrían a plagar su vida, y su labor se realizaría con el sudor de su frente. Sin embargo, aunque el trabajo nuestro a menudo sea menos placentero que el del primer hombre, aún es vital para la formación del carácter. Para aquel que alegre y con agradecimiento acepta el reto de una difícil o hasta desagradable tarea, puede producir satisfacción y placer el trabajo bien hecho.

La doctrina del trabajo
Como en todos los aspectos de la vida, debemos establecer un propósito consciente y claro en el diario vivir: una positiva doctrina del trabajo, de modo que la vida tenga unidad de propósito así como armonía de espíritu, puesto que la vida del espíritu es una sola cosa y no debe haber una seria división de conducta entre una y otra actividad: ninguna norma egoísta en el trabajo y abnegación en casa o en la iglesia. Si una pesa falsa en el comercio de Israel fue una abominación al Señor, un falso espíritu en nuestro trabajo sería un pecado contra él (Proverbios 20:10,23).

El trabajo es creativo y constructivo y desarrolla habilidades, confianza y responsabilidad en el ser humano, mientras que la ociosidad corrompe y destruye el carácter, excepto cuando uno está incapacitado o se encuentra más allá de la edad para trabajar. Dios nunca está ocioso. Su creación en los cielos y en la tierra es evidencia de la constancia de sus propósitos. El trabajo prolonga el deseo de vivir, mientras que el hombre que se aparta a un rincón cuando todavía tiene capacidad para trabajar, lo pierde.

Afortunado el que ingresa a una profesión o escoge de manera permanente una tarea por la que demuestra profundo interés. Gozará la vida en alto grado y servirá de la mejor manera a la Verdad.

Puede haber tal gozo en el trabajo como para no pensar mucho en el dinero ganado por su medio. Un visitante dijo en cierta ocasión a un fabricante de huacales de madera en un taller primitivo: “Usted podría hacer mucho dinero con estos huacales.” La respuesta del artesano fue: “Yo no quiero hacer dinero; quiero hacer huacales.” Obviamente necesitaba dinero para vivir; pero el dinero no constituía su principal preocupación, como tampoco debe ser el nuestro. Nuestra oración debería ser:

No me des pobreza ni riquezas;
Mantenme del pan necesario;
No sea que me sacie, y te niegue, y
diga: ¿Quién es Jehová?
O que siendo pobre, hurte,
Y blasfeme el nombre de mi Dios.
(Proverbios 30:8,9)

Tal doctrina del trabajo es una parte necesaria de la vida del espíritu, pues de ella vendrá la integridad en el servicio, el orgullo en la creación, y la eficiencia en el trabajo que llegarán a ser evidentes ya sea nuestro trabajo interesante o no, de responsabilidad o servidumbre.

Las bases de la doctrina
El fundamento de cualquier doctrina de la verdad o la vida es la dedicación a Dios en todos nuestros caminos: “Servid a Jehová con temor, y alegraos con temblor,” dice el salmista, y esta clase de santificada respuesta a Dios llena los escritos del apóstol Pablo relacionados con el trabajo y servicio a los hombres. Para él, cualquier clase de servicio debía ser rendido como a Cristo o como a Dios. ¿Pueden los hijos de Dios hacer de otra manera en cualquier actividad?

Pablo, tanto como los demás, sabía que “el temor a Jehová es el principio de la sabiduría” y esa es la razón por la que escribe: “Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo” (Efesios 6:5). El siervo debe cumplir su tarea no por temor y temblor para su patrón, de quien no tiene nada que temer si da buen servicio, sino con el temor de que una falta de integridad en su trabajo causaría que fuera blasfemado el nombre de Dios.

Hoy somos más afortunados que los esclavos de los días de Pablo, puesto que ellos no tenían ni libertad, ni compensación por las injusticias. El empleado actual que encuentra condiciones de trabajo intolerables, puede buscar trabajo en cualquier otro lugar. Pensando en las condiciones de esclavitud, Pablo exhortaba a los creyentes a no ser respondones ni ladrones, “sino mostrándose fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador” (Tito 2: 9,10).

A veces puede ser muy difícil no resentirse por las condiciones de trabajo o de salario, ni sentir que el birlar cosas de pequeño valor no es ni más ni menos de lo que el patrón merece. Pero fue Jesús quien enfatizó que “el que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto” (Lucas 16:10).

¡Feliz el que trabaja con los que temen a Dios de todo corazón, porque en esa forma puede lograr la armonía de espíritu en el trabajo, lo cual sería imposible de otra manera. En tales circunstancias, “amos y siervos” se darán cuenta “que el Señor de ellos y vuestro está en los cielos, y que para él no hay acepción de personas” (Efesios 6:9). Pero el temor a Dios debe primero estar en nuestros corazones.

Los peligros
Cualquier profesión o trabajo al que uno ingresa tendrá sus propios peligros debido a que el mal aumenta en el mundo, y los hijos de Dios, a menos que sean fuertes tanto en carácter como en fe, se encontrarán trabajando en un ambiente de pensamiento y espíritu que puede ser completamente distinto de su piadosa forma de vida. La conducta y el lenguaje de sus compañeros pueden convertirse en “las asechanzas del diablo” (Efesios 6:11).

Otro peligro real es que nuestra selección del trabajo puede estar basada, subconscientemente, en la premisa de que se trata de un asunto personal que no tiene nada que ver con la vida del espíritu. Esta clase de pensamiento surge algunas veces por las atractivas posibilidades que ofrece una profesión o trabajo en particular. Tales ideas destruyen el crecimiento del vivificador espíritu de fe. Las palabras “¿Ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo…?” se refieren al pecado de fornicación. Pero el cuerpo, con todos sus pensamientos, aspiraciones, emociones y anhelos, es el vehículo por medio del cual desarrollamos cada fase de nuestras vidas, y como tal, pertenece a Dios. Por esto Pablo escribió: “No sois vuestros; porque habéis sido comprados por precio…” (Efesios 6:19,20). No podemos esperar hacer nuestro propio camino en esta vida, contando con que Dios nos prepare entonces un lugar magnífico en la siguiente.

Somos ciudadanos de una nación celestial y debemos obedecer en su totalidad sus leyes sobre conducta y doctrina. Por consiguiente, al escoger un empleo debemos tomar en cuenta consideraciones espirituales, pensando en el servicio que debemos rendir a Dios en la iglesia y el hogar, como también en nuestro trabajo.

Si uno está preocupado por la naturaleza del trabajo que realiza, podría ser necesario que con mucha seriedad y oración evalúe la pregunta: “¿Aprobarían el Padre y Jesús el trabajo que estoy desempeñando?” “¿Puedo decir verdaderamente que este trabajo puede ser hecho ‘como para el Señor’?” Tal consideración es importante porque habiendo llegado a ser, por adopción, hijos de Dios, debemos hacer que los intereses del Padre sean nuestra principal preocupación, si verdaderamente valoramos apropiadamente nuestro llamado y esperanza para entrar en la común herencia con Jesús.

Es esta preocupación por el eterno propósito del Padre que obra en nosotros, la que hace posible decir, por ejemplo, de un maestro de escuela, que lo que sobresale en su trabajo no es solamente la buena disciplina de las clases, o el resultado de los exámenes de sus alumnos, sino el “tono” espiritual que da a su escuela. Lo que será notorio en el trabajo de un artesano no es solamente el placer y habilidad en su arte, sino la influencia espiritual que ejerce sobre el lenguaje y conducta de sus compañeros. Lo que será evidente en la vida de un científico, un médico o un contador no es solamente la excelencia de su servicio, sino la cualidad espiritual con que impregna todas sus relaciones con colegas y clientes. En todo esto no debe desempeñarse como santurrón, ni “sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios” (Efesios 6:6).

Equilibrio espiritual
En la nueva vida del espíritu debe haber equilibrio en nuestros propósitos y actividades. El ser tan ambiciosos en nuestro trabajo o profesión como para afectar nuestra vida espiritual, constituiría una falta de proporción y sería el colmo de la insensatez. Cuando lleguemos a ser viejos (y la vida es muy corta), si se nos permite, nuestro diario trabajo estará terminado; pero la eternidad se extenderá delante de nosotros. Esa debe ser nuestra meta; si ha de haber un error de proporción que sea en favor de la eternidad y no en favor de la transitoria vida presente.

Cuando el apóstol Pedro escribió acerca del alto y santo llamado de los hijos de Dios, dijo que ellos habían sido escogidos para anunciar “las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). ¿Dónde pueden los hermanos y hermanas de Cristo manifestar mejor las divinas virtudes que en su trabajo diario, que les mantiene asociados con sus compañeros? Es realmente una gran oportunidad de permitir que nuestra luz brille de manera que los hombres puedan ver que hemos estado con Jesús y estamos tratando de manifestar sus buenas obras.

Hemos sido llamados a un gran propósito histórico y divino y nuestro servicio en nuestro diario quehacer adelanta este propósito un poco más cada día. Esta conciencia del progreso espiritual hacia la meta divina estaba en la mente de Jesús cuando dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Juan 5:17). Su trabajo continúa, siendo perfeccionado por su amor y gracia. Ahora nosotros hemos sido introducidos en este propósito espiritual continuo, y con su ayuda tenemos que perfeccionarlo en nosotros mismos. Si somos fieles a este trabajo habrá una gran recompensa, puesto que tendremos el privilegio de oír decir al autor de nuestra salvación: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:23).

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Publicado por la Misión Bíblica Cristadelfiana

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