“¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre” (Mateo 12:48-50).
Este es el concepto del Señor sobre la familia. No nos exime de responsabilidad para la familia natural, tal como el Señor lo señala en el punto culminante de su trabajo espiritual:
“Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Juan 19:27).
Cuando estaba muriendo, amorosamente proveyó así por su natural responsabilidad con su madre. Había una diferencia entre sus obligaciones con ella y las que tenía con cualquier otra mujer.
El mismo equilibrio es preservado en las instrucciones del Espíritu a la iglesia del primer siglo. Las esposas creyentes tenían una oportunidad única de convertir a sus esposos incrédulos (1 Pedro 3:1, 2). La santa “santificaba” al compañero inconverso, y los hijos del creyente eran ahora “santos,” apartados para consideración especial delante de Dios. (1 Corintios 7:14). La responsabilidad comenzaba primero con la familia natural antes de caer sobre la extensa familia de la iglesia. El que rehusaba su deber natural era “peor que un incrédulo.” La unidad de la familia natural es de disposición divina y no debe ser echada a un lado cuando ingresamos a una nueva relación espiritual.
Sin embargo, es esencial para nuestro eterno bienestar darnos cuenta de que en Cristo el concepto de la familia se extiende más allá de nuestra sola familia natural. En Cristo, la hospitalidad, la preocupación por los enfermos y el cuidado de los necesitados, que se practican por naturaleza en la familia natural, deberán extenderse para abarcar a una nueva definición de la familia.
“En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis…en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis” (Mateo 25:40-45).
Estas palabras no dejan duda de la importancia del concepto. Debemos ver la familia divina como nuestra propia familia.
En su gracia hemos sido adoptados en la familia de Dios, volviéndonos de este modo Sus hijos y coherederos con Cristo (Romanos 8:15-17). Esta familia está unida bajo el nombre común del Señor “de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra” (Efesios 3:15), de modo que Cristo, los ángeles y los santos de todas las épocas están reunidos en uno. Nuestra posición permanente en la familia se hará segura cuando el nombre del Padre se escriba en nuestras frentes (Apocalipsis 14:1). Pero aun ahora, en nuestro período de prueba, tenemos grandes bendiciones. En proporción a las bendiciones tenemos responsabilidades para con el extenso número de nuestros hermanos y hermanas en la fe.
Un de los distintivos de la comunidad cristadelfiana es el espíritu de familia que prevalece entre nosotros. Esto es bueno y es una aplicación de los principios correctos. A veces, este principio implica el sacrificio de un poco de nuestra privacidad, como cuando atendemos en nuestros hogares a miembros de la iglesia. También podemos sentir el costo emocional y económico de ayudar en sus necesidades a nuestros hermanos espirituales. Si el concepto de la “familia de la fe” (Gálatas 6:10) vive en nosotros, sabremos de las inconveniencias de las llamadas telefónicas y cartas cuando mantenemos las comunicaciones tan necesarias para las relaciones fraternales.
Aun así, junto a las responsabilidades existen los grandes beneficios que resultan de tener hermanos y parientes “cien veces más ahora en este tiempo.” Muchos han experimentado la hospitalidad en su primer encuentro con otros hermanos cristadelfianos, miles de kilómetros de su casa, siendo recibidos con el calor de familia. Otros han encontrado fuertes manos dándoles apoyo en tiempos de crisis o desesperanza.
Otro de los agradables beneficios de vivir en la familia de la fe es el de observar el desarrollo de las relaciones de nuestros hijos con los hermanos y hermanas. Ellos vienen a tener con éstos un compañerismo totalmente diferente de la relación que tienen con las personas del mundo. Cuando crecen, nuestros hijos llegan a ver al pueblo de Dios como verdaderamente un pueblo de Su propiedad, apartado para El a fin de dar gloria a y honra a Su nombre. Encuentran que en esta extensa familia tienen algo que sus compañeros de escuela no poseen. Llegan a conocer hermanos de lugares distantes y tienen abundantes parientes en la fe. Así que de muchas maneras, el concepto de la familia extensa de la fe es vital para nuestro discipulado y al ser implementado produce grandes beneficios tanto para nosotros como para nuestros hijos.
~ Donald Styles
Traducido por Nehemías Chávez Zelaya