Capítulo 3 — Corazones Rotos

Es muy extraño que un amor placentero produzca tanto dolor. Casi todos lo hemos conocido en su máxima expresión desde la adolescencia, en la escuela secundaria, cuando sentimientos nunca antes experimentados nos hacen perder la cabeza. Algunas veces no son correspondidos y nos dejan angustiosamente desolados. Más tarde, en la universidad o en nuestro primer trabajo, sentimientos más maduros, pero igualmente intensos y dolorosos han sido causados por alguien, quien quizá sea encantadoramente masculino o sorprendentemente bella y angelical.

Todo esto es natural, pero las emociones del corazón no siempre son controladas por la razón. En esto hay peligro, quizá no inmediato, pero real. Nos sentimos orgullosos de ser racionales, pero el romance es frecuentemente una excepción.

Encontramos atractivas a ciertas personas, algunas veces de manera muy poderosa. Esta experiencia puede describirse de varias maneras: ‘la química es correcta’, ‘nunca antes he sentido algo como esto’, ‘lo (la) encuentro irresistible’, ‘lo supe desde el momento en que nos conocimos’. ‘tan pronto como entró al salón, estuve seguro’. Es como si hubiéramos sido hechizados; además, nos complace.

¡Cuidado!

Estas emociones tienen que ver muy poco con la razón y la deliberación, pues surgen de forma ‘natural’ y espontánea. La otra persona puede o no tener un carácter espiritual, pero en todo caso nos encontramos arrastrados como por un imán muy poderoso. Muchas historias clásicas han sido escritas sobre este tema: Romeo y Julieta, o más recientemente, Scarlet O’Hara y Rhett Butler. De las Escrituras recordamos a Jacob y Raquel y David y Betsabé.

Debemos aprender a manejar estas situaciones a la manera del Cristo. Tenemos que aprender. Hay algunas reglas simples que no pasan por alto las sensaciones que experimentamos:

  1. Sea honesto consigo mismo y con Dios. De lo contrario usted estará tejiendo su propia red de problemas.
  2. La palabra de Dios proporciona una buena guía, completamente clara y directa, y como usted lo esperaba, saludable. Lea, lea y vuelva a leer.
  3. De ninguna manera permita que sus sentimientos amorosos afecten su asistencia a las actividades de la iglesia.
  4. Revele sus sentimientos a alguna persona de su confianza y escuche lo que se le diga. Las personas jóvenes pueden entenderse, y las mayores, que han pasado por estos mismos problemas, pueden dar buenos consejos.
  5. Ore y no apague su conciencia.
  6. Retroceda y hágase un autoexamen.
  7. La voluntad de Dios es que nos casemos “en el Señor.”

¡Decisiones! ¡Decisiones!

Es preferible romperse el corazón al tener que decidir correctamente el fin de un noviazgo, que rompérselo sin remedio al tomar más tarde una decisión equivocada realizando un matrimonio que tendrá que lamentar. Escriba una lista de cualidades de la persona que sería ‘correcta’ para usted. Escríbala como si usted estuviera pidiéndole al Cristo que la lea. Prepárela antes de que usted experimente las cosas que hemos estado describiendo, o, si ya es demasiado tarde, pida a su amigo más cercano en el grupo de jóvenes o en la reunión, que le sugiera tal lista. Usted se dará cuenta de que aun sus padres pueden ser útiles.

Muchas de las personas casadas vuelven atrás su vista hasta el momento de sus vidas cuando había alguien más dentro del ámbito de su afecto antes de conocer a su verdadera pareja, o cuando alguien más estaba buscando respuestas de ellos. Algunas vuelven a mirar su pasado en la época cuando sus emociones fueron tan fuertes que tuvieron dificultades en controlar sus urgencias sexuales. Hay ciertamente angustia al rendirse al sexo cuando sabemos que no es correcto. Debemos aprender cuándo aplicar los frenos y evitar la ‘diversión sexual’.

Aun Entonces

Pero corazones rotos pueden afectar a los más exitosos cortejos y matrimonios. No debemos esperar cielos claros todo el tiempo. Podemos causar penas a otros siendo desconsiderados, egoístas o crueles con ellos, o buscando ser dominantes. Quizás hay alguien afuera que interfiere, critica o choca con nuestra forma de vida. Ocasionalmente, el corazón roto proviene de la adversidad: pérdida del trabajo, imposibilidad para tener hijos, enfermedades de la familia, fallar en lograr nuestras expectativas, y así sucesivamente. La muerte es la angustia final y este pavoroso visitante algunas veces golpea temprano en nuestras vidas.

¿Qué podemos hacer? Si nosotros somos la causa de agravio, ya sea deliberada o inadvertidamente, debemos tratar de reparar pronto el daño por medio de disculpas, señales claras de amor y confesión a Dios en nuestras oraciones. Cuando los problemas son causados por otros, podrán haber momentos en los que lo más sabio sería simplemente soportarlos y no mostrar malicia o antagonismo. Algunas veces el asunto se aborda mejor de manera abierta, no agresiva, quizá en una comida o al tomar una taza de café. Cuando el problema es inevitable, como en caso de enfermedad, por ejemplo, nuestro primer recurso es orar juntos repetidas veces, buscando ayuda y consuelo. La ayuda seguramente vendrá.

El Consolador

El sufrimiento nos hace tomar conciencia de otros. Deberíamos prestar atención a las señales reveladoras que indican que otros necesitan consuelo y ayuda, y proporcionar estos demostrando amabilidad y apoyo. Hay una bonita expresión hebrea que describe esto como ‘hablar al corazón’. Algunas veces se traduce como ‘hablar con amabilidad’ o de ‘manera agradable’.

El “varón de dolores” sufrió la rotura de su corazón al fin y al cabo. El es la fuente de todo consuelo. El nos entiende mejor de lo que llegaremos a entendernos nosotros mismos. Su Padre es quien “sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas. El cuenta el número de las estrellas; a todas ellas llama por sus nombres” (Salmos 147:3,4).

El que hizo las estrellas es el Sanador de los corazones rotos. El Sanador y su hijo se encuentran a la distancia de una oración, y ellos nos conocen por nuestros propios nombres. Lleven sus corazones adoloridos a Dios y confíen en Él.