JESÚS

Hemos visto en los dos estudios anteriores que cuando hablamos de “Dios”, estamos tratando sobre aspectos de su maravilloso propósito de amor y verdad.  Por lo tanto, que se tome el Nombre de Dios en vano, como una suave interjección o expresión de exasperación, es una de las cosas más insultantes que un hombre puede hacer a su Creador.
Ahora investigamos el significado de Jesucristo en el plan de Dios porque Su propósito para la salvación de los hombres se centró en Su Hijo.  Las promesas que Él hizo a Eva, Abraham y David, todas hablan de Jesús como su descendiente literal. La ley de Moisés, que Israel tenía que obedecer antes de la época de Cristo, constantemente apuntaba hacia Jesús: “La ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo” (Gálatas 3:24).  De este modo en la fiesta de Pascua, tenía que matarse un cordero en perfectas condiciones (Éxodo 12:3-6); esto representaba el sacrificio de Jesús, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29; 1 Corintios 5:7).  

Una promesa al rey David

La promesa de David referente a Cristo en 2 Samuel 7:12,14 hace imposible su existencia física en la época en que se hizo la promesa: Yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas… yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo”.   Note el tiempo futuro que se usó aquí.  En vista de que Dios sería el Padre de Cristo, es imposible que el Hijo de Dios haya podido ya estar en existencia en aquel período de tiempo en que se hizo la promesa.  Que esta simiente “procederá de tus entrañas” muestra que él habría de ser un descendiente literal y físico de David. “En verdad, juró Jehová a David… De tu descendencia pondré sobre tu trono” (Salmo 132:11).
Salomón fue el cumplimiento básico de la promesa, pero como él ya estaba físicamente en existencia al tiempo de esta promesa (2 Samuel 5:14), el principal cumplimiento de esta promesa acerca de que David tendría un descendiente físico que sería el Hijo de Dios, debe referirse a Cristo (Lucas 1:31-33). “Levantaré a David renuevo justo” (Jeremías 23:5), es decir, el Mesías.
Similares casos en que se usa el tiempo futuro se hallan en otras profecías referentes a Cristo.  En Hechos 3:22,23 se cita el pasaje “profeta les levantaré [a Israel]… como [Moisés]” (Deuteronomio 18:18), que define a ese profeta como Jesús. “La virgen [María] concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14). Esto claramente se cumplió en el nacimiento de Cristo (Mateo 1:23).                                              
Hay que considerar el significado de los términos que hemos encontrado hasta ahora:
JESÚS es de la forma griega Iesous (lo mismo que Josué del hebreo Yeshua o Yehoshua) que significa ‘el Señor salva’.
CRISTO es la traducción griega de ‘Mesías’ que es una palabra hebrea que significa ‘ungido’. Era un título y, por eso, se usaba con el artículo determinado (‘el Cristo’ o ‘el Mesías’). Se combinó para formar el nombre ‘Jesucristo’.
El ungimiento era un rito judío para nombrar:

  • profetas (1 Reyes 19:16),
  • sacerdotes (Éxodo 28:41),
  • reyes (Jueces 9:8; 2 Samuel 2:4; 1 Reyes 1:34).

Por eso, el título CRISTO significa que Él es el gran profeta, sacerdote y rey de Dios. 
EMANUEL  está en Mateo 1:23 donde se le llama a Cristo, “Emanuel”, que significa “Dios con nosotros”. Se puede ver el cumplimiento de la promesa de Dios en Jesús en el uso de este nombre.
RENUEVO se refiere al vástago o retoño que nace en la raíz de un árbol después de ser talado. Se emplea en el sentido figurado de revivir o resurgir.  En las profecías posteriores a la caída del reino de Judá, la dinastía davídica se compara con un árbol cortado del que no queda más que el tronco. Pero de ese tronco, y en medio de “tierra seca”, subirá un renuevo (Isaías 11:1; 53:2). Será el rey por excelencia, llevará el nombre de “Jehová justicia nuestra” y traerá salvación a Judá (Jeremías 23:5-6). Dios levantará un reino en el cual reinará la justicia y toda la «tierra será llena del conocimiento de Jehová (Isaías 11:4–10).

La manifestación de Dios

El nombre de Dios puede ser llevado por cualquiera por cuyo medio Él escoja “manifestarse” o revelarse.  De modo que hombres y ángeles, así como Jesús, pueden llamarse del “Nombre de Dios”. Este es un principio importantísimo que nos da a conocer mejor la Biblia. Un hijo puede apropiadamente llevar el nombre de su padre, ya que tiene ciertas similitudes con él; puede incluso tener su mismo nombre – pero no es la misma persona que el padre.  Así también fue el caso de Jesús.

La manifestación de Dios por los ángeles:  

En Éxodo 23:20,21, Dios dijo al pueblo de Israel que iría un ángel delante de ellos. “Mi nombre está en él”, se les dijo. El nombre personal de Dios es YHWH, (“Yahveh” o “Jehová”). Así que el ángel llevaba el nombre de Yahveh, siendo de este modo llamado Yahveh o el SEÑOR.  En Éxodo 33:20 se nos dice que ningún hombre puede ver el rostro de Dios y vivir; pero en Éxodo 33:11 leemos que “hablaba Jehová [Yahveh] a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero”, es decir, en forma directa. No podría haber sido Jehová (Yahveh) mismo en persona el que habló a Moisés cara a cara, porque nadie puede ver a Dios. 
El ángel que llevaba el Nombre de Dios fue quien lo hizo; y así leemos que Jehová habló cara a cara con Moisés, cuando en realidad fue un ángel quien lo hizo (Hechos 7:30-33).

La manifestación de Dios por los hombres:  

Uno de los pasajes más útiles para demostrar todo esto, es Juan 10:34-36.  Aquí los judíos cometieron el mismo error que muchos cometen hoy en día.  Creyeron que Jesús estaba diciendo que él era Dios mismo.  Jesús les corrigió diciendo: “¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois?  Si [les] llamó dioses … ¿vosotros decís [de mi]: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?”.  En realidad, Jesús está diciendo: “En el Antiguo Testamento, hombres llevaban el título de “dioses”; yo estoy diciendo que soy el Hijo de Dios; así, pues, ¿por qué estáis tan alterados?”  En realidad, Jesús está citando el Salmo 82, donde los jueces de Israel eran llamados “dioses”.

La manifestación de Dios por Jesucristo:  

No es sorprendente que Jesús, como el Hijo de Dios y Su suprema manifestación a los hombres, lleve también el Nombre de Dios.  Él pudo decir: “Yo he venido en nombre de mi Padre” (Juan 5:43). Por su obediencia, Jesús subió al cielo y Dios “le dio un nombre que es sobre todo nombre”–el nombre de Yahveh, de Dios mismo (Filipenses 2:9).  
Así que es por eso que leemos que Jesús dijo en Apocalipsis 3:12: “Escribiré sobre él [el creyente] el nombre de mi Dios… y mi nombre nuevo”. En el juicio, Jesús nos dará el Nombre de Dios; entonces nosotros llevaremos plenamente el nombre de Dios.  Él llama a este nombre, “mi nombre nuevo”.  Recuerde que Jesús estaba citando el libro de Apocalipsis algunos años después de su                 ascensión al cielo, y después de que se le había dado el nombre de Dios, tal como se explica en Filipenses 2:9.  Así él puede llamar al nombre de Dios “mi nombre nuevo”; el nombre que a él se le había dado recientemente. 

¿Es Jesús Yahveh (Jehová)?

Ahora investigamos unas “pruebas” de los trinitarios que nos enseñan que Jesús es Jehová.  
A.   Un método muy usado para sustentar el concepto de la Trinidad es el comparativo, induciendo al lector a formar una doctrina a partir de dos versículos que utilizan títulos o fraseología semejante.  Por lo general, los trinitarios escogen un versículo de las Escrituras Hebreas que inicialmente aplica a Jehová, y luego lo entrelazan con uno de las Escrituras Griegas que tiene aplicación en Jesucristo.  Entonces los trinitarios razonan: “Los dos tienen que ser el mismo Dios”.  Aquí están tres ejemplos:
1.  ¿A quién preparó Juan el camino?

Isaías 40:3 dice: “Voz que clama en el desierto: «¡Preparad un camino a Jehová; nivelad una calzada en la estepa a nuestro Dios!” 

Este mismo texto se menciona en Juan 1:23: Dijo: Yo soy “la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías. 
Entonces los trinitarios razonan: 

“¿A quién le preparó Juan el camino? ¡A Jesús! ¡Entonces Jesús y Jehová son el mismo Dios!”

Juan el Bautista preparó el camino realmente a Jehová porque Cristo vino como el representante de Dios. Todo lo que él hizo, todo lo que habló, eran palabras de Dios, y no suyas.  Jesús nunca expuso puntos de vista personales, más bien toda palabra que salía de su boca provenía de Jehová, su Padre celestial: (Juan 5:43; 6:38; 12:49-50).  Jesús sirvió como el Vocero terrestre de Dios.  Por eso el Padre habló a la humanidad por medio de su Hijo.  En este sentido, Juan el Bautista preparó al camino a Jehová.
                                                       
2.   “Fuera de mí no hay Salvador”

En Isaías 43:11 se nos dice: “Yo, yo soy Jehová, y fuera de mí no hay quien salve.” 
En Hechos 4:12 se dice lo siguiente respecto a Jesús: Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” 

Entonces, los trinitarios concluyen: 
“¡No puede haber dos Salvadores! ¡Jehová y Jesús son el mismo!”
Al leer Isaías 43:1-12, puede notar que el versículo 11 significa que solo Jehová fue Quien proporcionó salvación, o liberación, para Israel.  Dicha salvación no provino de ninguno de los dioses de las naciones enemigas alrededor de Israel.  En cuanto a Hechos 4:12  se trata de que ningún hombre puede salvar a la humanidad, ningún otro puede hacerlo, sólo el Hijo de Dios.
Tanto Jehová como su Hijo son salvadores.  Jehová es nuestro Salvador porque fue él quien, por amor al mundo, envió a su Hijo para derramar su sangre. Jesús es Salvador porque fue quien literalmente derramó su sangre a favor nuestro.  Jesús es también Salvador porque Dios tomó la decisión de que así fuese.
3.   ¿Cuántas Rocas/piedras hay?

Salmo 95:1 dice:  “¡Venid, aclamemos alegremente a Jehová! ¡Cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación!” 
Hechos 4:11 dice acerca de Jesús:  “Este Jesús es la piedra rechazada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo.”

La conclusión puede ser: 

Si Jehová es la Roca y Cristo es la Piedra, ambos tienen que ser el mismo Dios; no puede haber dos rocas, o piedras”.

¿Por qué Cristo es también Piedra, o Roca?  La Biblia responde (Isaías 28:16): “Por eso, Jehová, el Señor, dice así: «He aquí que yo he puesto en Sión por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable. El que crea, no se apresure.  El Padre celestial otorga títulos y privilegios a Su Hijo.                                                       

  1. Seguimos con otro argumento: “Las Escrituras enseñan la deidad de Cristo”
  1. En Mateo 1:23 a Cristo se le llama “Emanuel”, que significa “Dios con nosotros”. 

El nombre Emanuel (Dios con nosotros) aparece tres veces en las Escrituras (Isaías 7:14; 8:8; Mateo1:23).   Según Isaías 7, Acaz, rey de Judá (735 a.C.), se hallaba en serios aprietos con motivo de la amenaza de guerra con Rezín, rey de Siria, y Remalías, rey de Israel, quienes se habían aliado para tomar a Jerusalén.  Acaz se mostraba sumamente temeroso, por lo que Dios envió a Isaías para confortarlo.  El profeta dijo al rey que pidiera una señal, pero este no lo hizo.  Fue entonces cuando el profeta le anunció que Dios mismo le daría señal: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel.” (Isaías 7:14).  Dios prometió liberar a Acaz dentro de un tiempo breve, el que necesitaría ese niño para alcanzar la edad de discernimiento entre lo malo y lo bueno.  El rey, sin embargo, debía confiar en la palabra de Jehová.
La promesa quedó para el remanente de Emanuel, en quien hallarían su esperanza y salvación. Ningún otro sino nuestro Señor Jesucristo habría de ser Emanuel.  Comparamos estas palabras con las del ángel a José en Mateo 1:21 “Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.” y Mateo 1:23: “…y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros.”  Nos consuela mucho cuando consideramos el significado de Emanuel.  Se puede ver el cumplimiento del Nombre de Dios en Jesús en el uso de “Dios-con-nosotros” de Mateo 1:23. También Dios está con nosotros, según dice Pablo en Hechos 17:27: “para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros”.
Así en Jesucristo, como “Dios-con-nosotros”, está de la manifestación de Dios (1 Timoteo 3:16). Es otro cumplimiento de la promesa dada a Moisés: “Ciertamente, yo estaré contigo”.  Cuando Jesús dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo.” (Juan 5:17), significa que, en las circunstancias de aquel tiempo, él trabajaba como Dios trabajó con Moisés durante el Éxodo.
2.   Cuando Tomás tocó las heridas de Jesús, después de la resurrección, exclamó, “Señor mío y Dios mío” (Juan 20:28). 
Con la escena del relato de la aparición de Jesucristo Resucitado a los discípulos, Tomás no estaba entre ellos.  Cuando le dijeron que habían visto al Señor se mostró incapaz de creerlo.  Pasó una semana y Jesús volvió.  Esta vez Tomás estaba allí con los discípulos.  
Notamos lo siguiente y encontramos unos “ecos” del Antiguo Testamento:

  1. Tomás estuvo ausente cuando los discípulos recibieron una “bendición” del Señor ocho días antes. 
  2. Tres veces los discípulos oyeron: “Paz a vosotros.”  Es un eco de la bendición del Sumo Sacerdote (vs.19, 21, 26. Lea Números 6:24-26)
  3. Jesucristo sopló y les dijo a los discípulos: “Recibid el Espíritu Santo.” (v.22).  El gesto de Jesús reproduce el gesto primordial de la creación del hombre.  En Génesis 2:7 ‘Dios sopló en la nariz…’.  El Hijo que “tiene la vida en sí mismo” dispone de ella a favor de los suyos.  Se trata ahora de la “nueva creación” de hombres y mujeres creyentes. 
  4. Jesús se dirige a Tomás con los mismos términos (vs.25, 27) que éste había empleado, no por ironía ni por condescendencia, sino para mostrar que, en su amor, sabe lo que su discípulo quería hacer. 
  5. Jesús le invitó a Tomás a hacer la prueba que él mismo había sugerido (v.27 “Pon aquí tu dedo…).  Pero no lo hizo.  Solo pudo decir: “Señor mío y Dios mío.” (v.28). ( Unos estudiantes de la Biblia han comentado de la figura retórica – endíadis – que consiste en la expresión de un concepto *mediante dos nombres coordinados.  Por eso aquí está “Señor mío, Dios mío” donde Una expresa la idea; la otra sirve para intensificar el sentido de la primera.)
  6. Tomás había llegado al entendimiento de la autoridad suprema de Jesucristo.  Por eso lo llamó: ¡Señor mío y Dios mío!.  Recordamos lo que Pablo dice: “Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre.” (Filipenses 2:9).  Como hemos visto en las referencias del Antiguo Testamento, personas que representan a Dios llevan Su nombre.

Recordamos la conversación dentro de Tomás y Jesús en Juan 14:5-7 diez días antes: “…nadie viene al Padre sino por mí…”.  Diez días más tarde, Tomás dio cuenta que estuvo en la presencia de su “Señor y Dios”.  
La lección es para nosotros también.  Juan no escribió su Evangelio para probar la supuesta “deidad” del Hijo sino la “filiación” de Cristo con Dios el Padre: “Pero 

éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, El hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.” (v.31).  

El trinitario tiene que explicar el significado de lo que Jesucristo dijo en Juan 20:28 comparado con Juan 20:17.  Existe un problema muy grave para los que creen en la Trinidad de los Credos.  Según estos dos versículos ¡parece que el Dios de Tomás es diferente al Dios de Jesús y María!  

Jesús es único

No hay duda alguna de que el Nuevo Testamento presenta a Jesucristo como una personalidad excepcional. Jesús presenta evidencia impresionante de poderes extraordinarios en los milagros que realiza. Además hace observaciones sumamente penetrantes acerca de la vida humana, la fe, y la verdadera adoración a Dios; y sus afirmaciones referentes a sí mismo como fuente única de vida venidera, son tales que ningún otro se atrevería a pronunciar. Sus apóstoles sostienen que después de su ascensión fue exaltado y dado todo poder y autoridad a la diestra de Dios. Y su propia evaluación de la vital trascendencia de su persona se resume como sigue:

 “Y esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).

Claramente, si hemos de tener alguna esperanza de vida venidera, necesitamos saber la verdad acerca de la persona e importancia de Jesucristo en el propósito de Dios.
Los nombres y títulos de Dios expresan Su carácter y propósito.  El nombre de Jesucristo no es también sólo un identificador pues encierra una más profunda declaración doctrinaria.  Creer en el nombre de Jesús es comparado con el bautismo (Juan 3:5,18,23).  También Gálatas 3:26,27 hace la fe en Cristo enlazada indisolublemente con el bautismo en él: “Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos”. Más ejemplos de este enlace entre creencia y bautismo se encuentran en Hechos 19:4; 10:42. 

Jesús y la raza humana

El género humano no puede salvarse a sí mismo de las consecuencias del pecado, es decir, de la muerte. No obstante, Dios “no quiere que ninguno perezca”; en realidad, él desea “que todos los hombres sean salvos” (2 Pedro 3:9; 1 Timoteo 2:4).  Pero él no puede pasar por alto el pecado, porque eso sería abdicar a su justa autoridad en el mundo. De modo que el pecado se puede reconocer, condenar, y vencer de manera tal que hombres y mujeres de corazones honestos y sinceros puedan ver la lección, y reconocer su verdad por sí mismos. Hombres y mujeres necesitan un Redentor que pueda lograr en sí mismo, y en su beneficio, lo que ellos, en su debilidad, no pueden hacer.
Y así Dios manifiesta a su único Hijo, engendrado por el poder de su Espíritu Santo, pero totalmente un miembro de la raza humana. Ese Hijo experimenta todas las tentaciones de la humanidad, pero las rechaza firmemente, y elige hacer, no su voluntad, sino la voluntad del Padre. Es vital para nosotros que entendamos que Jesús tomó esta decisión enteramente por su propia voluntad. Dios no lo forzó a hacerlo, ni alguna conciencia preexistente en el cielo lo predispuso a hacerlo inevitablemente. Tal como lo expresa la epístola a los hebreos:

“Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros” (Hebreos 1:9).

Así, representando a la raza humana, Cristo venció al pecado en esa misma naturaleza de carne y sangre, donde antes había triunfado el pecado; él revirtió el fracaso original que condujo a la Caída, y, siendo el mismo sin pecado, pudo ser ofrecido como un sacrificio por el pecado. Su muerte en la cruz fue la expiación por el pecado humano. De modo que Dios, habiendo sostenido su justicia al condenar al pecado, podía ahora en la abundancia de su amor y gracia, extender el perdón de los pecados y la reconciliación consigo mismo a todos aquellos que reconozcan su obra en Cristo.
Lo maravilloso es que esta gran obra aún continúa. Estamos a mucha distancia en espacio y tiempo de los días de Jesús y de los escenarios de su testimonio. No obstante, en la gran misericordia de Dios aún podemos saber y entender lo que él y sus apóstoles tenían que decir a aquellos que estaban dispuestos a escuchar. Pero sólo en las páginas de la Biblia, y en ninguna otra fuente. Estas preciosas páginas exigen nuestra diligente y sincera atención en reverencia y humildad, porque, ¿adónde más podemos ir? Como Jesús en el pasado, ellos tienen “las palabras de vida eterna”.                                                                   29

Jesús y nosotros

Ahora podemos entender adecuadamente a Isaías 9:6, donde se nos dice referente a Jesús: “Se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno…”.  Esta es una profecía de que Jesús llevaría todos los nombres de Dios y que él sería la manifestación o revelación total de Dios a nosotros.  Fue en este sentido que se le llamó “Emanuel”, que significa “Dios con nosotros”, aunque personalmente él no era Dios. 
Por consiguiente, la profecía de Joel 2 que los hombres invocarían el nombre de Yahveh fue cumplida por la gente que se bautizaba en el nombre de Jesucristo (Hechos 2:21; compárese 38).  Esto también explica por qué el mandato de bautizarse en el nombre del Padre fue cumplido, como se registra en los Hechos, por medio del bautismo en el nombre de Jesús.

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