Cuando Israel dejó la tierra de Egipto, salió toda la familia completa. Cruzaron el Mar Rojo y todos fueron sostenidos por Dios en el desierto. ¿Qué sucederá a las familias cuando Jesús regrese?
Los miembros responsables serán llevados ante el tribunal de Cristo. ¿Qué pasará con los otros? Podemos estar seguros de que habrá arreglos misericordiosos para los hijos. Nadie puede cuidar los niños mejor que Dios, y él asegurará esto por medio de sus ángeles. No necesitamos tener temores. Es razonable pensar que nuestros hijos serán criados como mortales en el reino de Dios.
Pero, ¿Qué Pasará Con Nuestra Gente Joven?
Por gente joven queremos decir aquellos que ya no son más niños, sino que conocen lo que es la vida y pueden, más o menos, cuidar inteligentemente de sí mismos. ¿Qué hay de ellos? ¿Comparecerán ante el tribunal de Cristo? ¿O serán ignorados o de algún modo tendrán que arreglárselas por sí mismos?
¿Cómo los verá Dios? Después de todo, ellos son nuestros hijos. Si son bautizados, obviamente tendrán esperanza de vida eterna y se presentarán delante del Señor en su venida. ¿Comparecerán delante del Señor los jóvenes sin bautizar?
Los privilegios y las responsabilidades se adquieren por el entendimiento del evangelio y por el despertar de la conciencia que se produce en diferente momento para diferentes personas. De aquí las diferentes edades en las que los jóvenes son bautizados. Aquellos que conocen lo que enseña el evangelio y entienden en sus corazones que son suficientemente maduros para ser bautizados, serán juzgados por el Señor. Dicho de otra manera, son bastante maduros y responsables para ser bautizados o para negarse a hacerlo.
Otros no serán tan maduros, por lo que serán tratados como niños y protegidos consecuentemente.
¿Y Si Mueren?
Examinando cierto día la Biblia de una familia cristadelfiana, observé que de los siete hijos que habían nacido en la familia, tres habían muerto en la niñez.
La mortalidad infantil es mucho menor en esta época moderna que en el pasado. Sin embargo, los niños ocasionalmente fallecen por enfermedad o son muertos en accidentes. Nos vemos obligados repentinamente a enfrentar tales posibilidades cuando ocurren asesinatos en las escuelas como ha ocurrido últimamente en varias ciudades de Estados Unidos.
¿Qué les sucede a los niños que mueren? Son nuestros hijos, pero aunque nosotros seamos creyentes bautizados ellos aún no han llegado a ser verdaderos hijos de Dios, y no por culpa de ellos.
Es más fácil aplicar nuestro conocimiento de la Biblia para entender estos casos de manera objetiva cuando no estamos estrechamente relacionados con el niño fallecido. La Biblia enseña que todos somos hijos de Adán por nacimiento, y ningún hijo natural de Adán necesariamente tiene derecho a una oportunidad de vida eterna. La vida eterna es por gracia.
La Biblia guarda silencio sobre el destino de los niños más alla de la muerte.
Pero Seguramente…
Pero seguramente Dios no quiere que mueran los niños pequeños. Por supuesto que no. Él no desea que ninguno perezca. No quería que Adán pecara. Pero no quería tampoco que Adán quedara libre de pecado simplemente por no habersele dotado de libre albedrío. Dios siempre ha querido obediencia voluntaria, no discípulos obligados.
Los hijos de Adán están sujetos al mal pero cuando maduros pueden elegir servir a Dios. Dios ha dejado caer el salvavidas llamada Jesús en las problemáticas e inciertas aguas de la vida humana. Dios quiere salvarnos, pero nos ha dejado a nosotros la decisión crítica.
Jesús también fue mortal y por consiguiente sujeto al mal, aunque no hizo pecado. En realidad, fue a través del mal del sufrimiento y de la muerte que la salvavidas fue asegurada. El amor de Dios en Cristo fue perfeccionado por medio del sufrimiento. También nuestra propia salvación surtirá efecto en medio del mal.
Pero, ¿Qué Hay De Los Niños?
¿Qué hay de nuestros propios hijos pequeños? Son los hijos de padres pecadores y están sujetos a los antojos del pecado en el mundo. Los traemos al mundo sabiendo cómo es la vida en un mundo lleno de maldad.
Dios no ha prometido que serán inmunes a las incapacidades congénitas, las enfermedades y hasta la muerte. Sabemos estas cosas en el corazón, pero buscamos escondernos de ellas porque en la mayoría de casos estos perjuicios no resultan ser serios en la niñez, y ciertamente la mortalidad infantil es baja, por lo menos en el mundo desarrollado. La mayoría de nuestros hijos pasan su niñez sin graves problemas, pero otros no.
Hacemos lo posible para proteger a nuestros pequeños de tanto mal cuanto sea posible y los protegemos contra las enfermedades de la niñez con vacunas y otros medios.
Aparte de estas cosas, nuestros hijos deben ser muy diferentes de los que los rodean. Nosotros conocemos la verdad acerca de la vida, la muerte y la salvación. Desde sus primeros días deben saber acerca de Dios por la palabra y por nuestro ejemplo. Jesús debe ser honrado en nuestros hogares. El reino venidero, cuando el mal será finalmente abolido, debe ser tratado como una esperanza real. La palabra de Dios debe ser más altamente valorada que cualquier otra palabra y debe ser leída en nuestros hogares constantemente. La familia completa debe asistir regularmente a las reuniones de la iglesia. Los niños pueden entonces ver a los adultos en el acto de la adoración y serán influenciados por ello.
Así como practicamos diariamente la higiene para nuestro bienestar físico, así debemos enseñar a nuestros niños a practicar higiene mental y espiritual: un vocabulario limpio y saludable, una vida sana, entretenimientos sanos, buena compañía y la corriente limpiadora de la palabra de Dios.
Nuestras Responsabilidades
La mayoría de nuestros hijos crecen saludables y vigorosos hasta alcanzar la edad de la responsabilidad. Asegurémonos de que alcancen la madurez conociendo que Dios, sus caminos y promesas son más importantes que cualquier otra cosa en la tierra. No dejemos que el mundo les persuada que el éxito académico, una carrera lucrativa o los bienes materiales son lo más importante de la vida. No permitamos que el mal prospere en nuestros hogares, insinuándose por medio de los hechiceros y degenerados de los sórdidos medios de comunicación. No hay excusas en estas cosas. Debemos comprometernos amorosamente con criar nuestros hijos para Dios. Algún día bien podrá Dios preguntarnos como padres:
“¿Pero qué hay de los hijos… los tuyos?”