“Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios…!” (2 Pedro 3:11,12).
El asunto de c ómo viviremos en este siglo es tan vital, que afecta la salvación de todos los hermanos de la iglesia. El texto antes citado es uno de los tantos pasajes que analizan la conducta de los cristianos en la sociedad. La pregunta es: ¿Apoya usted con su conducta pública la esperanza de que el Maestro estará pronto aquí y habrá de llamarlo a usted?
Es importante recordar que el estilo de vida de un discípulo es un testimonio transparente de lo que realmente hay en su corazón. Puede estar seguro de que aun cuando usted no vigile su conducta ¡otros con seguridad lo harán! El juicio de la gente puede ser incorrecto; pero ellos están prestos a observar la hipocresía y a comparar los hechos con las palabras.
Vivir en la verdad es mucho más que aceptar la declaración de fe cristadelfiana. Es toda una nueva forma de vida que cada cristadelfiano debe manifestar ante esta generación mala y adúltera.
Hermanos, ¡cuidemos de no caer!
En esta época astuta y engañosa, cuando muy pocos de nosotros somos probados por medio de persecución, quizá la verdadera tribulación para muchos está en encontrar y mantener la disciplina y sacrificio por medio de los cuales nuestro modo de vida esté acorde con el compromiso que adquirimos al bautizarnos. De alguna manera, en una sociedad competitiva, debemos llevar con humildad y mansedumbre espiritual la marca de Jesús a fin de ser testigos vivientes de nuestra fe. ¿Estamos de alguna manera sobresaliendo entre nuestros vecinos? ¿Puede decirse de nosotros que “reconocían que habían estado con Jesús”? (Hechos 4:13). Puede resultar muy difícil distinguir siempre entre nosotros y ellos. Tenemos que llevar una gran parte de nuestra vida diaria en los mismos lugares y actividades que nuestros vecinos. Muchos de nosotros tenemos compañeros de trabajo; todos tenemos que viajar, comprar y a veces descansar, como las demás personas. Aun así no debemos esconder nuestro verdadero llamado.
No es fácil lograr un equilibrio apropiado en lo que se refiere al modo de vida que llevamos y las normas que nos hemos propuesto. El hermano sabio orará:
“No me des pobreza ni riquezas; mantenme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios” (Proverbios 30:8,9).
La paradoja consiste en que somos extranjeros y peregrinos en la tierra, pero tenemos que vivir y trabajar en el mundo, de la misma manera que los israelitas en Babilonia construyeron casas y plantaron huertos. No obstante, la Escritura es sobremanera clara en el sentido de advertirnos que el equivocar nuestras prioridades (ya sea en los negocios, el tiempo libre o los intereses mundanos) puede ser una f órmula para nuestro desastre espiritual. Lo mismo ocurrirá si escondemos de los demás nuestra luz. También la codicia y el tratar de vivir a la altura de nuestro vecindario es uno de los pecados mortales. ¡Suficiente es suficiente! Estar contentos con lo que tenemos (1 Timoteo 6:8) es un requisito fundamental para que demostremos cuál es nuestra verdadera lealtad. “Buscad primeramente el reino de Dios” y maravillosamente llegarán las otras cosas necesarias.
Ahora bien, el discípulo del Señor no necesita ser un poderoso predicador para manifestar su marca de cristiano a sus vecinos o a sus compañeros de trabajo o de estudio. La vida cristiana es absolutamente feliz y satisfaciente y estará a la vista en todo aspecto de nuestra conducta pública y privada. No hay cabida para la arrogancia y la ostentación, y una buena condición espiritual mantenida por medio de la oración y el compañerismo evitará que adoptemos los vulgares hábitos y perniciosas inmoralidades que se ven en todas partes. Las exigencias agresivas de una sociedad ambiciosa y bulliciosa no encuentran lugar en nosotros, y tampoco tenemos “derechos” (excepto la paga del pecado) que podamos reclamar. Pero tenemos la promesa del don de Dios, es decir, la vida eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor.
Mientras tanto, gozosamente hagamos uso de todas las cosas que Dios nos da en esta vida presente, asegurándonos de que son santificadas “por la palabra de Dios y por la oración” (1 Timoteo 4:5).
A continuacion se presentan unas cuantas sugerencias para poner a prueba su estilo de vida:
- El estar preparado para la venida del Señor debe ser el distintivo de cada hermano y hermana. Pregúntese usted mismo si esto tiene prioridad en sus compromisos diarios. ¿Cómo repercute esto en sus negocios, en su trabajo, sus planes de jubilación, su participación en las actividades de la iglesia, o su servicio a los enfermos y solitarios? (Lucas 12:34-40; 1 Timoteo 6:17-19).
- Asegúrese de que sus vecinos y compañeros de trabajo saben que usted es cristadelfiano. Ellos bien podrían agradecerle por tener a alguien a quien pedir ayuda y guía en tiempo de necesidad. (1 Pedro 2:9)
- Una buena familia cristadelfiana será reconocida por sus miembros alegres y disciplinados. Si hay niños, los amarán los demás por su respetuosa cortesía y amistad. (1 Timoteo, capítulo 3
- ¿Por qué no revisa su propia integridad y lealtad en el trabajo, y si usted es conocido por ser escrupulosamente honrado y confiable? Esto lo distinguirá con seguridad de los demás. (1 Pedro 2:11,12)
- Piense dos veces antes de adquirir algunas cosas no indispensables en las que usted ha estado pensando. A lo mejor la hermandad podría hacer mejor uso de ese dinero (y tiempo). (Filipenses 4:5; Hebreos 13:5)
- Haga una lista de todas las posesiones que usted podría poner al servicio de los hermanos. ¿Su casa? ¿Su automovil? ¿Su talento especial? “De gracia recibisteis, dad de gracia.” (Hechos 4:32)
- Revise sus hábitos y conducta personales. Su forma de vestirse, su vocabulario y su intachable manera de vivir pueden proclamar claramente lo que usted cree. La cortesía infatigable y relaciones correctas entre esposos y esposas, hombres y mujeres, muchachos y muchachas, demostrará el amor de Cristo para su iglesia. Tales relaciones nunca deben estar manchadas. (Colosenses 4:6; 1 Pedro, capítulo 3; Colosenses, capítulo 3)
- Considere el poderoso testimonio que para otros representa su asistencia infalible y respaldo constante a las reuniones de la iglesia. Muchos han llegado a la verdad por medio de este testimonio. (Mateo 5:16)
Finalmente, hermanos:
“Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Efesios 5:15,16).
Traducido del inglés por Nehemías Chávez Zelaya